I. Nunca supuse que por Amor dejaría el solaz, ni por alegría el canto, ni que llorase por dulzura: bien me tiene Amor a sus órdenes, pues en mí origina muchos dulces placeres, y creo que Dios me hizo para provecho de él y para su mérito.
II. Porque si a menudo me voy querellando de aquel a quien alabo, y le voy suplicando cuando debería quejarme, no lo hago por engaño. Pues aquel a quien Amor engalana debe soportar muchas cosas, porque en muchas ocasiones ocurre que conviene que el mal con el bien se venza.
III. No debe quejarse de [sus] afanes, ni hablar de su dolor, ni exteriorizar su daño, ni alabarse del bien, el enamorado que va cambiando en vano su conducta. Muchos hablan de ello precipitadamente y no saben de dónde nacen alegría ni sinsabor.
IV. Yo no sé de amor tanto como para hablar de él sin miedo, pero he visto que con gran alegría no cuadran excesivas risas, y que muchos suspiros dan gran apariencia de ficción. Por esta razón Amor me conduce como mejor me conviene, sin vituperio y sin falta.
V. Señora, soy el más leal enamorado, el más sufrido, y aquel que mejor corteja a su señora y su calidad. Mandadle irrevocablemente, a [cambio de] vuestro agradecimiento, lo que más os plazca. Sin lo cual no me aparta nada más que el temor.
VI. Me atormentáis de tal modo el pensamiento, que muchas veces, cuando rezo, creo estar delante de vos. Pues el fresco color y el hermoso cuerpo perfecto están tan [presentes] en mi memoria, que no me acuerdo de nada más. Por este dulce pensamiento me ocurre que le tengo bienquerencia.