I. Cuando pienso y considero quién soy y de dónde vengo me admiro sobremanera y me hago cruces de que Dios haya querido tolerar tan largamente mis pecados. Pero él, que es veraz y fuerte —ya que le place que me vuelva hacia él— se digne matar el pecado de la misma manera que mi mal talante está muerto.
II. Ciertamente quiere alejarse de todo bien quien emprende maquinación contra Dios; pues Dios no quiere que le den lecciones. Pensábamos pasar entre risas por nuestras insensatas diversiones: hermano, por poco la lenta resolución no nos hizo descansar demasiado tarde. Tan pronto debe uno hacer como decir el bien, pues en un momento muere uno.
III. Cuando pienso bien qué es el hombre y qué vale, no lo estimo en nada. Entonces, ¿por qué se gloría el rico? ¡Es rico! Al contrario, eso es demasiado afirmar, ya que tan débil es el esfuerzo el día que se pasa los puertos a donde todos van, sin contradicción. Alégrese o enójese quien quiera, a todos es común la muerte.
IV. Ruego al Señor, que es garantía de toda alegría, que reine entre nosotros. ¡Ay pobre de mi corazón! ¡Cómo me aflige cuando recuerdo las preocupaciones innobles y los consuelos falsos! Pero ahora se vuelve en bien mi suerte, de modo que no me enfado; hay quien se escarnece ligeramente, pues yo estoy vivo y él está muerto.
V. Puesto que Dios sufrió martirio por nosotros, no lo desdeñemos; ya que con otro signo igual nos ha traicionado el traidor saludador, no me desanimo, pues he sido arrancado al diablo; sirviendo a uno tan poderoso, no tiene ya poder de arrastrarme: por ello no me da temor la muerte.
VI. Folquet, si hubiese creído sin contradicción lo que os oí decir, no me habría dado temor la muerte.
VII. Pero doy las gracias por ello a aquel que, para matar nuestra muerte, se dignó morir en la cruz.