I. Bien quisiera hacer canción agradable sobre la mejor de todas —ya que no pretendo cantar de otra sino de la Virgen de dulzura—, pues no puedo emplear mis buenas palabras mejor que en la dulce señora del paraíso, en quien Dios colocó y puso todos los bienes; por lo que le ruego que le plazca aceptar mi canto.
II. Todo hombre vive en honor tanto, sin más, cuanto ama de corazón a esta señora de honor, y ocupa su tiempo en alabarla; pues ella puede rendir muy buen galardón: pues no hay alegría, placer, solaz ni regocijo, que no obtuviera todo hombre que le sirviera y quisiera siempre a su amor.
III. Si uno pudiese alejar su corazón de locura y de inclinación malvada, y sirviese lealmente a la madre de nuestro Señor, y no quisiera ofender a Dios tan a menudo ni estar tan fuertemente inclinado hacia el mundo, entonces el amor falso no le hubiera conquistado de tal modo que le hiciese esperar tanto sus viles dones.
IV. Ningún hombre vale ni tiene valor si no alaba a la más preciosa, a la madre de Dios, dulcemente, por quien se salvan los pecadores. Pues en ella se halla toda buena cualidad, sin discusión, y es la mejor que jamás existiera y fuera vista; tan rica y fina fue la prez de sus bienes, que Dios quiso descender a ella por nosotros.
V. Gran amor nos demostró Dios cuando vino a ella humildemente para borrar nuestra culpa y para sobrellevar nuestro dolor, y se dejó vender y traicionar a los suyos, y mató con su muerte nuestra muerte. Muertos estaríamos todos si Dios no hubiese muerto; por lo que le plugo extender su cuerpo sobre la Cruz.