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074,006

Español
Francisco J. Oroz

I. Jesucristo me ha deparado por su merced tanto honor ahora que la muerte me tira del freno, que me parece molesto vivir en este siglo venal, desleal, donde reinan todos los males; por ello, reconocido, le doy gracias por la voluntad y el deseo que me guía por sus placeres, y le ruego a Aquel que no me olvida.
 
II. Que yo no halle misericordia, sino que antes bien tome venganza del mal que he cometido, pues de lo contrario estoy cierto de que tendré pena eterna, infernal: ¡tales han sido todos mis jornales! Pero voy recobrando tal confianza —pues tengo gran arrepentimiento— que cantando quiero narrar mi vida, para que sea escuchada mi culpa.
 
III. Pero para hallar misericordia más fácilmente digo desde un principio que el mal que he obrado sobrepasa al bien sin punto de comparación pues a fuer de loco natural a quien no interesa si tendrá dolor perpetuo, con tal de que en el siglo ande a placer, he vivido buscando mi muerte: ¡tanto me ha agradado la corte que convida a todos a obrar mal!
 
IV. Pues he llevado una vida sin merced, injusta, llena de errores, de orgullo, de mala fe, con desmesura, obrando falsamente contra muchas personas leales; y no he buscado más que mi alegría y mi capricho. Por lo que compuse con torpe engaño canciones y sirventeses y cantos de mala razón grosera, con muchas mentiras vergonzosas.
 
V. Y he buscado muchos favores solamente por fraude, y he engañado a otros y a mí en amor pérfido; por ello tengo tan abundante caudal de pecados capitales y mortales que, cuando los voy recordando, tremo y tiemblo considerando la pena que ha sido establecida para quienes cometan tal culpa.
 
VI. Pero si Dios no tiene misericordia por su gran piedad, ¿qué sucederá contigo entonces, loco? ¿Qué argumento te sirve? Yo no sé ninguno, pues cuanto he hecho no me vale ni un puñado de sal, ni me garantiza nada a no ser pena y afán, si, después de arrepentirme sinceramente, merced no asume mi parte.
 
VII. Glorioso rey de misericordia, si durante mi loca infancia hice o dije o pensé alguna cosa de la cual merezca castigo, dad por ello al cuerpo dolor temporal tan vivo que ande al igual con la falta; y los males que corresponden al alma, la misericordia os los quite de delante, de modo que después de mi muerte sea acogida en el paraíso.
 
VIII. Y a vos, señora, en quien tengo puesta mi esperanza, pido merced, que le roguéis que me conceda tal perdón que a mi alma le reserve un buen lugar allí en el reino celestial; pues por vos vivo en la esperanza de que el ángel a quien la encomiendo la llevará allí con alegría cuando haya salido del cuerpo.
 
IX. ¡Ay, siglo falto de merced, cuán vil preocupación tiene todo aquel que cree recibir de vos gozo y bienestar! Pues uno halla que vuestra condición es tal, que, cuando más cabal parece, le abandona; por lo que aquel que os sirve y os estima no sabe distinguir entre el bien y el mal, o prefiere tomar antes la muerte acongojadora que la bienaventuranza perfecta.
 
X. Muy loco es quien se olvida de su alma por esta vida mortal.

 

 

 

 

 

 

 

 

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