I. Mucho desearía, si fuese posible, deshacer todo el mal que he hecho y hacer el bien que no he hecho. ¡Ah, cuán bien me iría si el bien fuese mal y el mal bien! En tal caso no me sería necesario temer, sino que mi bien sería tan grande que yo sería uno de los santos. Ahora no sé lo que sucederá conmigo: tan grandes son los males y tan pequeños los bienes.
II. Me siento tan culpable frente a Dios que creía desesperar, pero sé que no debo hacerlo, pues su merced es mayor que mi grave pecado. Eso me da confianza; pero desearía vivir tantos días y años en su honor, para hallar mejor merced, cuantos he sido falso y de mala fe.
III. Sé bien, si me vale la misericordia, que la misericordia será sin par; sólo esto me debe causar espanto, aunque no hubiera hecho ninguna otra cosa: las semanas y los meses y los años que he dejado pasar sin acordarme de Dios; sólo eso debe serme perjudicial, pues por nada no se recibe galardón, y lo requiere injustamente quien no ha hecho nada por ello.
IV. Veraz Jesucristo, no lo toméis a mal si oso pediros merced de nada: no permitáis que me recupere el diablo que me tuvo prisionero. Y ya que hice lo que le agradaba al cuerpo, cobrádselo caro; al cuerpo que ha cometido los engaños le sea pedida la cuenta; el cuerpo reciba la pena que merece, pues él ha traicionado al alma y a vos y a sí mismo.
V. Bien sé que he comenzado tarde a pedir merced a Dios, pero vos me anunciasteis, así creo, que a cualquier hora que llegase no me despreciaríais. Y ya sería hora de albergarse: pero desearía ardientemente abandonar antes mis graves culpas; pues en vuestra corte no puede entrar, lo creo, ninguna persona manchada por ninguna cosa fea.
VI. Siglo desleal, traidor, maestro falso de engaños: Con vos no tiene nadie honor ni bien si ama a Dios y le teme y le sirve y cree en él.
