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Español
Francisco J. Oroz

I. Quien finamente sabe considerar el dulce deseo, el dulce pensamiento que tiene un corazón puro por leal amor, finamente, con fino sabor debe entregarse a fino amor. El amor vence cualquier otro dulzor. ¿Qué amor? Aquel que abarca todo, sin fin y sin principio: Dios es fino amor y verdad, y quien ama a Dios finamente, finamente es amado por Dios.
 
II. Todo aquel que pueda afinar su corazón en Dios, y dejar de amar lo que Dios no ama, siente tan buena fragancia de amor que ninguna cosa le es amarga. El hombre debe amar a tal señor que muriendo mató nuestra muerte: vencido por el amor, venció sufriendo; finamente amó sin ser amado: él es quien entiende de amor, amor sobre toda amistad.
 
III. Es bueno y quiere mostrar sus bienes, no quiere ocultar sus bienes a los buenos; del mal hace bien; del bien, mejor; hace bien al bueno, y al malo hace bien, porque quiere salvarlos a todos. Quien desea el bien, ruegue al Salvador, pues él es verdaderamente bien que lleva a los buenos a salvación; él es salud y salvación, bien sobre todo bien; quien tenga tal fiador, por él será salvado.
 
IV. Señora, no tuviste igual en el cielo, en la tierra ni en el mar; virgen, madre del Salvador, tu prez sobrepasa todo valor, fuera de aquel que no puede ser alabado; honrada sobre todo honor, honráis verdaderamente a un rey tal —al rey de los reyes— que nos ha honrado a todos nosotros grandemente para confortarnos. Después de él superáis, sin disputa, todos los grados de honor.
 
V. A tu honor no puede alcanzar alabanza: ¿Qué alabanza podría alcanzarlo, si de todo honor tienes la flor? Tu honor redunda en alabanza de aquellos que pretenden alabarte; por tu alabanza escucha Dios el loor de aquel que intenta alabarte, tu alabanza es suya igualmente, de tu alabanza resulta alabado él; y quien te alaba lealmente tiene el corazón colocado junto a Dios.
 
VI. El sol brillante ilumina al día; pero su claridad no puede iluminar al día con su resplandor de la manera en que tú iluminas el corazón del pecador; cuando te dignas mirarlo, ¡Dios qué claridad, qué resplandor! Rico es quien lo ve y lo siente. ¿Sentir? No siente uno entre cien. ¿Por qué? Porque consiente al pecado. Quien siente el pecado y consiente en él, no siente a Dios ni ve su claridad.
 
VII. Quien quiera cantar un canto nuevo, cante canto de Dios sin cesar de cantar, pues él no quiere otro cantador: todos los otros cantos se vuelven en llanto. Dios conceda que no puedan encantar encantos de mal encantador a quien cante alegremente este canto; y aquel que lo cantó el primero cante siempre cantos de alegría: así pues presento cantando mi canto a vos, donde quiera que sea cantado.
 
VIII. Quien cantare a menudo este canto, goce de la bienaventuranza de Dios. Decid ‘amén’ todos los de buena voluntad, que os ame aquel a quien vos amáis.

 

 

 

 

 

 

 

 

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