I. Así como brota la hoja en la rama en el alegre tiempo de primavera y brota el fruto de la flor por el gozo de la suave primavera, brota y renace mi canto; porque oigo decir que jamás se ciñó conde más franco ni más justo, y porque pertenezco a tal dama que jamás hizo ni dijo más que cosas rectas.
II. Los hechos y los dichos de mi dama son tan buenos que uno tiene motivo para gloriarse de amor si lo llevó a amar a aquella que jamás dejó de hacer aquello por lo que se rige el valor genuino, pues tiene tanto en su poder que reyes y emperadores recibirían honra en alabar su cuerpo exento de todo mal.
III. Mi señora no quiere rogador ni entendedor vanidoso, sino amador leal, no presuntuoso ni versátil; y ella no es presuntuosa ni versátil, ni se admiró ni se sonrojó por escuchar requiebros tontos, ni hubo jamás leal amante que no recibiese buen galardón.
IV. Mi señora es de tan buena condición que no admite mejora, pues nunca alcanzó dama de las dos leyes tan alta prez; y su valor es tan depurado que a Dios agrada todo cuanto hace, y sus admiradores y sus rogadores son más que los de cualquier otra que recibe el nombre de señora.
V. Todavía me mueve cimbel justo para que alabe al conde de Rodes, mi señor, pues es la cabeza del castillo de valor; que de Castilla hasta el fin del mundo no crece conde ni rey de su poder mejor que él en prez fina, ni hubo quien opinase de otra manera, fuera del conde Hugo.
VI. Reina, madre virgen, hija de padre virgen, yo os tengo por mi más gentil, y el noble conde de Rodez comete grave error llamando «señora» a otra.
VII. Empero quiero tener con él brega y queja sin cesar hasta que cese de las calumnias que ha dicho de vos; pero, porque soy suyo, le presento mi canción.
