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Español
Francisco J. Oroz

I. Ya que la madre del salvador supera todo honor, debe ser alabada con honra; pues fue y es singular en mérito, colmada de todos los bienes, llave de verdadera vida, llena de gracia. Es por tanto deber soberano que se esfuerce mi saber de modo que le agrade la alabanza de que tengo intención, que comienza con sobrequerer.
 
II. Reina virgen, debéis ser encomiada con alabanzas, y temida y amada; pues Dios os ha deparado tanto honor cuando entró en vos —la gente náufraga arribó (con ello) a puerto de salvación, elegida flor— y nació de vos cual hombre verdadero y verdadero Dios en quien tengo puesta mi esperanza; así pues, os concedió verdaderamente gran preferencia, ya que no fue del linaje humano hasta que nació de vos.
 
III. Toda flor en la que se prepara fruto pierde belleza después de haber cuajado el fruto; vos permanecisteis fresca y hermosa, virgen creciente de excelencia: sois la flor más fragante, más placentera, más hermosa que vive en el mundo; flor de todo fruto sabroso, flor de gozo, sois la redención del mundo; pues el salvador, vuestro padre, fue hijo de vos, de quien sois madre e hija.
 
IV. Del paraíso sois reina, madre de Dios, por gran bondad; y sois medicina reconstituyente, fuente de verdadera piedad; para los pecadores sois protección de amarga muerte: pues vuestra faz mira suplicante al rey glorioso que es padre e hijo vuestro, hija de vuestro hijo, madre de vuestro padre: gran maravilla es cómo pudo hacerse eso.
 
V. Mas mi fe no vacila; pues Dios lo hizo para redimirnos, quien puede, sin duda, hacer mil veces más de lo que el hombre puede pensar, y que dirige el poder con el querer; así pues, madre virgen muy hermosa, tomasteis crecimiento de abundancia: pues él, que es más que todo el mundo, cupo y vivió en vos, virgen verdadera, y tomó carne humana y nació sin mancilla alguna de vos.
 
VI. Aún os depara mayor honor, pues os obedece, señora, y os atiende: por ello os ruego que os acordéis de dignaros rogarle por mí; pues con halagos, día y noche, incita mi alma y tienta, señolea un grave pecado que me confunde, y vos podéis limpiarme de ello. Si rogáis a vuestro hijo, soberana madre, pronto quedará sana mi alma que teme a la muerte.
 
VII. Señora, sois para nosotros, los cristianos, estrella del mundo de claridad que no se apaga: rogad por tanto a Dios para que nos preserve de vida vana y abyecta.

 

 

 

 

 

 

 

 

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