I. Cuando reflexiono detenidamente, todo lo demás es nada, fuera de Dios: pues uno abandona los alodios y los feudos y todas las heredades; la riqueza del siglo malvado no es más que caducidad. Por ello uno debe ser temeroso y leal sin todo engaño, ya que cada uno es viandante.
II. Pues tan pronto como uno nace, comienza, y anda como un romero, a jornadas; y sabed que el viaje es pesado, ya que cada uno va desbocado hacia la muerte; pues ni oro ni plata no lo pueden preservar de ello y cuantos más años vive aquí uno sin Dios, más obra en perjuicio suyo.
III. Y tú, infeliz, ¿qué harás conociendo el bien y el mal? Loco eres si no consideras de dónde han venido ni adónde vas. Si no obras bien en tu vida, tú mismo te has escarnecido; y si se separa el espíritu cargado de pecados mortales, tu muerte es perpetua.
IV. Considera por tanto cómo obrarás mientras la vida te mantiene; pues rápidamente sucede que uno muere en un traspaso, por lo que uno no debe descuidarse de obrar bien cuando tiene la ocasión, puesto que en breve tiempo fenece la alegría de este siglo falso: pues a todos es común la muerte.
V. No hay débil ni fuerte que entienda tanto de esgrimir que pueda escabullirse de la muerte; pues ella no considera augurio ni suerte, derecho ni conveniencia ni injusticia; pues toma tan rápidamente lo mejor y lo más hermoso como lo más feo, y no se puede resguardar nadie de su tiro.
VI. Yo no conozco más que un remedio: que uno piense en servir a Dios y se abstenga de pecar mientras va hacia la muerte; pues tendremos que cruzar el puerto que cruzan todos con dolor, los reyes y los emperadores; y allí encuentra uno ciertamente el bien y el mal que hiciera.
VII. Ruego a Dios por su bondad que nos conceda tanto honor que nos preserve de la emboscada mortal hasta que hayamos hecho su beneplácito.
