I. Cristianos son llamados por Jesucristo, Hijo de Dios; pues él vino a enseñar la vía de salvación: pues uno no podía salvarse hasta que él obró justicia y verdad; y ordenó paz, lealtad y amor y caridad y merced eficaz de unos a otros, humildad, fe, por lo que se salvan con esperanza los pecadores.
II. Pero los pecadores están tan lejos de purificarse que a penas causa a uno temor el fraude, ni sabe uno qué es justicia ni saber ni equidad ni paz, ni se ocupa del amor; antes bien cada uno está tan sometido al pecado que a penas siente su daño ni lo ve ni lo distingue, ni conoce lo verdadero ni merced ni cortesía, sino que antes bien vence la mayoría poder con voluntad (?).
III. A penas vale algo poder sin voluntad, y al querer le falta poder noche y día; pues uno a penas se esfuerza en querer, y no-poder tiene la voluntad embarazada: así pues, cada uno considere cuánto hace por amor de Dios en el mundo, y en qué grado le gusta salvarse, y cómo le corresponde el nombre de Cristo que tomó carne y muerte por aquellos que le son amadores leales.
IV. Más (numerosos) son los amados por Dios que sus amadores; y parece –tanto nos tolera sin castigarnos según nuestra culpa– que eso es justo; pero tolera por amor, por lo que somos engañados generalmente en la tolerancia, ya que no abandonamos del todo la locura que conocemos, ni nos sirve de lección el temor del día en que todos seremos juzgados según justicia.
V. Cristo, Hijo de Dios, por el que seremos juzgados, que naciste del cuerpo de la virgen María por amor del pueblo que se perdía y recibiste grave muerte por caridad, y que después, resucitado, consolaste por amor a tus discípulos: señor, concédenos sabiduría para que, tras penitencia de nuestros días, finemos en tu alabanza, en la vía verdadera.
VI. No cabe paz verdadera sin amor: pues de amor nace lealtad, conocimiento y justicia, paciencia y perdón de ofensas; pero amor leal no existe en el mundo.
VII. A la virgen, digna madre de amor, a la cual he tomado por Hermosa Diversión, si le place, me entrego a mí mismo, y no considere mi pecado; por caridad ruegue por mí al Salvador.
VIII. Madre de Cristo, ayúdanos con tus plegarias, si te place, ante Él, para que nos guíe en su amor.