I. Al señor, que es guía del mundo, que hizo todos los bienes, Dios verdadero y perfecto, benévolo, lleno de merced; que, apresado, fue puesto en cruz por los malditos judíos, muerto, herido por la lanza, sin tener culpa, según es de fe, le ruego, —ya que es barón preclaro, rey de los reyes, señor, flor—, que con su perdón benigno me otorgue amor; pues con mis falsos dichos volubles he sido peor que un oso, y con mis pensamientos rellenos de ira y de errores con falsedad que me engaña, obrando tan mal durante la vida. Sea yo como sea, tenga merced de mí respecto a lo que le pido, de modo que mi alma se alegre en la hora del trance; cuando llegue el día le dé vida allí adonde van los grandes, salvos.
II. De mis yerros y de mis pecados séame otorgada salvación, si place a las bondades del señor placentero a quien no disgusta paz, sino que antes bien siente agrado en voluntades verdaderamente buenas, y lleve a buen puerto seguro el alma del cuerpo bondadoso, bueno, humilde, cuando la muerte le muerde y le corta el nudo; pero yo, si considero, tengo, felón, un corazón orgulloso; mis ojos me han deparado diversión falsa, mala, muchas veces bajo apariencias (falsas) que ofrece el diablo que me traicionó; el perdón del rey que vi esta mañana me limpiará de ello, pues tengo esperanza sin vacilación, pues en otra cosa no confío ni pienso; por su honor otorgue gozo puro a mi fin.
III. En su paraíso, donde brota y nace más bien de lo que uno podría decir y existe hecho más veraz, si le place, acoja Dios, verdadero pan que nos alimenta gozoso, mi alma pecadora llena de malas obras afrentosas —pues aún no supo mantener en pie la verdad desde que nació— alejada de donde debía, ciertamente: yo me confieso por ello a él, y plázcale tener merced, no considere en nada lo merecido; en el gozo —que espero noche y día, lejos y cerca— de la morada donde viven a su placer los leales salvos me meta el padre, rey celestial que nos quiso sacar de desgracia, pues todos éramos iguales, malos, sin remedio; dígnese hacerlo, no tome en consideración mis falsos merecimientos.
IV. El salvador condonante tenga piedad de mí, tal cual como tuvo del ladrón el padre cuando sufrió mortales males.