I. Alabado sea Emanuel, el rey de tierra y cielo, que es trino y unidad, e hijo y espíritu santo y cada uno igual y perfecto, de modo que es un solo nombre y un guía, y llamado Dios y hombre.
II. Representado por diversos nombres, todo en una trinidad, sin dividir la substancia; pues tengo al uno por mayor de tal modo que uno no diga que el otro es menor; pero adoro a un solo Dios, y le ruego que se digne escucharme,
III. A aquel que quiso venir al mundo para borrar nuestros pecados, y por el que los cuatro elementos asumieron semblante diferente; pues no tenía existencia nada, fuera de Dios, ni antes ni después, que no tuvo jamás ningún comienzo
IV. Ni tendrá jamás fin en ningún sentido; pues el resplandeciente dispuso desde el inicio consigo mismo crear la luz sobre la obscuridad; pues su virtud es tan poderosa que no puede ser descreído, ni decrecer nada
V. En Él, que se entregó a sí mismo, con lo que se extinguió el primer mal, pues reinaba gran desconsuelo, por lo que aquel que jamás cometió pecado vino a soportar humanidad y muerte bajo Poncio Pilato, y que sortearan sus vestidos.
VI. Pero ya no le será hecha injuria jamás ni lo dominará muerte, a él que al tercer día resurgió de la tumba, como estaba prometido, con lo que el felón del infierno quedó burlado, cuando aumentó la fe a los discípulos y apareció a santo Tomás.
VII. Después no estuvo tanto aquí abajo que no se elevase al cielo y más alto desde el valle de Josafat, de una piedra desde un monte; después descendió el día undécimo, apareciendo repentinamente y resplandeciente y simbolizado a los suyos en una casa.
VIII. Yo creo en aquel por el cual existo, que sufrió pasión por nosotros y perdonó al ladrón,
IX. y que es trinidad y uno, aquel Jesús que aconsejó a la madre (estando) sobre la cruz, y que ha de venir sobre el trono,
X. Cuando se acabe el mundo, para juzgar a los blancos y a los negros; a aquél le ruego que me disculpe, y le entrego mi cuerpo y mi alma.