I. ¡Levantaos, gente franca y cortés! Levantaos, levantaos, demasiado habéis demorado; que se ha acercado el día claro y luciente, que nos lo ha traído la suave alba. Recíbalo cada uno pues alegre y gozoso, y arroje fuera de sí toda obscuridad. Mas ved cuál es el día y el alba:
II. El día es Dios, el alto omnipotente que vino en carne, con lo que alumbró al mundo; y el alba, de la que nació este día, es la reina madre de piedad. Muy bien acogido debe ser su rico presente, y séalo pues, que ella nos ha presentado; cerca está del día quien tiene consigo esta alba.
III. ¡Ay, cuán feliz, rico y poderoso será quien pueda servir de grado a tal señora! Pues mucho más vale ser siervo suyo que conquistar imperios y reinos; pues ella es protección y garante para los suyos, y los mantiene, de modo que no se condenan, ni los coge la noche cuando está cerca de ellos esta alba.
IV. Cada uno piense en sí mismo, de manera que no demore en lo obscuro del pecado; aproveche el día pidiendo esos ricos presentes antes de que la muerte le quite la claridad, pues el infierno es tan obscuro y hediondo que allí dentro los malvados malhadados ya no tendrán ni luz ni claridad ni alba.
V. Pero no se desespere nadie que esté arrepentido; si ha obrado mal, deje de hacerlo, y se esfuerce por enmendarse, y sea claro si ha sido oscuro; pues de los dos hijos locos, el más réprobo fue mejor acogido cuando hubo cambiado de opinión. Así pues, quien me escucha, ya que le sirve de ayuda, que ruegue al alba.
VI. Todos honren humillados a esta dama, pues ella es de todos los bienes fuente y alba.