I. A Dios entrego mi alma de buen amor y de buen corazón y de muy buen talante; e igualmente le encomiendo todo cuanto poseo, para que me preserve de pena y de dolor y me perdone cuanto obré locamente y me libre al fin de tormento; y no le plazca que yo cometa transgresión ni maldad alguna contra sus mandamientos.
II. Esto pido de buen corazón a mi señor, y además que no se olvide de mí ni de ninguno de todos los que están en este mundo malvado, engañador; y cada uno le ruegue de buen ánimo que nos perdone nuestro pecado y que nos coloque en su hermoso reino el día que tomemos el pasaje.
III. Así pues, no nos vanagloriemos, ya que pequeño es el valor que tiene cada uno de nosotros en este siglo mendaz: pues todos los hombres de este mundo se pudrirán, y no tendrá honor rico ni pobre, ni habrá nadie que lleve consigo los bienes que haya acaparado, ni edificio hermoso alguno; por tanto deberíamos apreciar poco lo corporal, con tal de que las almas perviniesen a salvación.
IV. Pues si jamás cometimos alguna locura o alguna cosa que le disguste, entonces se nos presentará todo delante, según oigo decir a todos los confesores. Y no creáis que Dios aprecie allí la alcurnia; sino que, aquellos que hubieran tenido buen comportamiento hacia él y hubieran sufrido mal trato por ello, obtendrán su amor que supera todo (lo demás).
V. Por tanto debería humillarse cada uno de nosotros de buen semblante ante el rey lleno de bondad, pues sin su amor no valdríamos ni una bellota, antes bien arderíamos todos en hedor; así pues, buena ganancia saca y gran sensatez demuestra todo aquel que lo retiene por amigo, cosa que cada uno puede conseguir sin desventaja propia, haciendo buenas obras y viviendo lealmente.
VI. En la virgen preciosa con prodigiosa virginidad, y porque en ella no hubo detrimento, debemos tener todos esperanza buena y firme de que por su amor lleguemos a la salvación.