I. De Dios no se debe admirar nadie si hace del pan carne verdadera y del vino sangre; pues no existe, ni existirá, ni existió cosa alguna que no hiciese él y no pudiese deshacer; quien considera cuán excelso y potente es, no debe ser incrédulo ni estar dudoso.
II. Y ya hace fácilmente, con sólo quererlo, volver el cielo, que es azul, bermejo y negro y blanco; y el agua cae hasta que él quiera que se pare, y del agua hace piedra, está claro: así pues, bien puede hacer de pan carne, tal es su grandeza; quien no lo cree es loco y extraviado en demasía.
III. Así como hizo del agua vino al comer, puede hacer, si le place, caballo corredor de un banco; y quiere que el árbol brote después de cortado, y del tronco hace salir el fruto que aparece: así hace de vino sangre; y no tiene suficiente sentido quien contradice a mis dichos.
IV. Y a menudo hace levantar vivo a un hombre muerto, y quiere que uno se levante y que abra y cierre los ojos, y sin esfuerzo lo sana (a quien está cojo) y hace cojo al sano; y hace que la tierra flote sobre el agua; así hace de pan carne que es digna y preciosa; yo lo creo firmemente, y tú lo debes (creer) con muchos.
V. Y cuando hubo hecho cielo, tierra y mar, formó a Adán de tierra y barro, quien hizo el mal a causa del cual tú lloras y yo lloro; de tierra le hizo ver, oir, hablar: por lo tanto, bien puede hacer carne de pan, sin afán, pues de tierra lo hizo a quien es parecido a Él.
VI. Todos los días convierte el pan en carne y el vino en sangre –si nos consideramos a nosotros mismos y a los niños– Dios que de pan forma su carne y los hace grandes.
VII. Dios guarde a la dama de los Cardos y a Sobreprez, pues yo sé que no dudan en absoluto de esto, ni el cortés rey, ni Don Pedro, el noble infante.