I. Flor del paraíso, reina de noble alcurnia, a vos me entrego humillado, penitente, sin corazón inconstante, culpable y miserable; rogad por mí al Salvador para que me lleve a buen puerto y me libre de la muerte del infierno, de la cual no puede obtener consuelo ningún hombre bajo ninguna condición.
II. Virgen, por mi desgracia os he ofendido tanto, y me arrepiento de ello vivamente y pido vuestra ayuda; concededme amparo para que mi alma no vaya a la perdición, pues estoy perdido si vuestra virtud no me conduce al puerto y no apaga el fuego que está demasiado encendido.
III. Virgen, el santo fruto que nació de vos, descendido de Dios por verdadero conocimiento, nos ha redimido de muerte y de temor, si es que bien confesados, suavemente y en paz, con corazón perseverante, con verdadera penitencia lloramos nuestros pecados.
IV. Virgen, cuando nació el santo hijo del altísimo, vuestro cuerpo sagrado permaneció, sin todo sofisma, puro e intemerado, glorioso y santísimo, sin corrupción. Reina benigna, os ruego humildemente que me defendáis del abismo mortal.
V. Virgen, conscientemente he pecado por mi gran maldad, como criatura loca, contra el mandamiento que me enseña la escritura; pero ruego a Dios Jesucristo que me sea guía, pues por causa mía se revistió de naturaleza humana y de carne.
VI. Cuando el ángel gracioso, virgen, os hubo saludado, y con palabras amables os hubo presentado su mensaje, fue obedecido por vos, virgen sagrada, que dijisteis gentil y suavemente: ‘Heme aquí que soy la sierva de Dios; gracia me sea dada según tu palabra’.
VII. Virgen, Dios no entregó como rehén por nosotros ni a nuncio ni a mensajero alguno, sino a su hijo, por lo que los falsos judíos lo masacraron, pues con gran tormento lo mataron los traidores. Mas por nuestro amor –por más que le fuese terrible– sufrió el dolor.
VIII. Virgen a quien venero, señora santa María, madre del señor y guía del mundo: conseguid a este pecador, que está fuera de la vía de salvación, perdón de los pecados en que me encuentro, de modo que mi alma no se condene.
IX. Virgen, sé bien por qué puedo dirigirme a vos, y por qué razón tenéis que escuchar mis preces: pues aquel que perdonó al ladrón en viernes santo se encarnó por mis pecados en vos y os fue entregado por hijo, permaneciendo intacta vuestra virginidad.
X. Virgen, mi locura y mi voluntad vana me ha alejado demasiado del camino derecho de Dios; pero el autor de la paz, que recibió carne humana de vuestro cuerpo precioso, me conceda que me pueda enmendar y sanar mi alma que os quiero encomendar.
XI. Virgen, sin dudar y con esperanza firme puede estar todo aquel que os tiene por guía; así pues, quien desee conseguir a Dios y su amistad debe recurrir a vos; pues sin falla –si es que quiere arrepentirse– puede obtener vida sin detrimento.
XII. Virgen, obedecedme; pues estoy en gran pena y preocupación si vuestra oración no me conduce al puerto y no me hace salir de la cadena del pecado enseguida, de modo que luego me perdone Dios, como lo hizo a la Magdalena que le lavó los pies.
XIII. Virgen, el enemigo que me acecha está tan cerca de mí que me destruye y me impide todo adelantamiento; si no me defendiese con la señal de la cruz cuando la he hecho, ya me habría debilitado y vencido y agotado y conducido al ataúd, de modo que hubiera sido colocado ya en la mansión mortal.
XIV. Virgen, tú eres paso y sendero y camino y puente y brújula (?) y vía derecha por donde conducirás, con razón verdadera, a los cristianos buenos al gozo precioso del rey glorioso que está sentado en la sede, sobre todos los tronos.
XV. Virgen, ya que para traernos de muerte a vida y para que fuese destruida nuestra muerte vino a morir aquí abajo Dios muy ignominiosamente, estrella del mar, madre de la clara luz, obtened que al ser juzgados nos encontremos al lado derecho.
XVI. Virgen, ayudadme; pues estoy en la onda que me hace vacilar en mar profundo, pues no puedo defenderme si no me ayuda vuestra merced. Así pues, madre virgen, salvad a este miserable preso que se encuentra al borde de la grave muerte.
XVII. Virgen, ya es hora y sazón y coyuntura para que reciba la medicina espiritual, que venga de Dios con virtud divina, que me limpie de los malos pecados capitales, y que yo sea tal que mi alma halle pura el rey celestial.
XVIII. Virgen, tengo temor de perder mi capital por negligencia, –tan desleal hacia Dios soy– si tu mirada pura como el cristal no me ayuda para que no arda mi alma en el fuego profundo donde hay abrazos del falso Satanás, sino que antes bien pertenezca a la guarda del rey soberano.
XIX. Virgen, cuando se coloca el pan sobre el ara, y el capellán, con la preciosa oración, lo tiene entre sus manos y lo muestra y lo enseña, creo que es Dios verdadero, glorioso hijo tuyo, que recibió muerte tan amarga por los falsos judíos y por redimir a los suyos.
XX. Virgen, tan pesada me resulta mi culpa y mi falta por los graves pecados que he cometido por mi indolencia, y el tiempo es tan breve, que tengo temor de que se me acabe de la mañana a la tarde; pero de vos espero que, según vuestra sabiduría, roguéis a Jesús para que me ayude por su gran poder.
XXI. Virgen, vos podéis ayudar allí donde no puede ser de provecho abogado, ni puede ocultar la verdad decretista alguno, bacalaureado ni sofista, ni sirve torre ni castillo ni título, ni cabe apelación, cuando la muerte dura y triste hiere con su aguijón.
XXII. Reina del cielo y puerta del paraíso, de quien nació en la tierra el día de Navidad el santo cordero que quita los pecados del mundo, con lo que murió nuestra muerte: rogad por mí a Dios de corazón fino para que mi alma se vaya liberada con San Martín el día del fin.